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Intervenciones en el Seminario XII: "Problemas cruciales para el psicoanálisis"

LA SUTURA. ELEMENTOS DE LA LOGICA DEL SIGNIFICANTE

Jacques-Alain Miller (*)

 

Quien no ha adquirido, a través del análisis personal, las nociones precisas que sólo por ese medio pueden adquirirse, no tiene derecho a mezclarse en cuestiones de psicoanálisis. No cabe duda alguna de que ustedes, señoras y señores, son muy respetuosos del rigor de tal prohibición, que el mismo Freud pronunciara en sus Nuevas aportaciones sobre psicoanálisis.

Una cuestión, articulada en forma de dilema, se me presenta a propósito de ustedes. Hela aquí.
Si, violando las prohibiciones, hablo de psicoanálisis, escucharán, ustedes a alguien a quien saben incapaz de presentar el título que autorizaría su confianza. En ese caso, ¿qué hacen aquí?
Por el contrario, si mi exposición no versa sobre psicoanálisis, ustedes –que tan confiadamente condujeron sus pasos hasta esta sala para oír hablar acerca de problemas relativos al campo freudiano - ¿qué hacen aquí?

¿Qué hacen aquí sobre todo ustedes, señoras y señores psicoanalistas, que tan de cerca siguen las enseñanzas de Freud y que han recogido el alerta contra quienes no son adictos directos de la ciencia psicoanalítica, contra esos pretendidos sabios, como dice Freud, contra todos esos literatos que cuecen su triste potaje en el fuego del psicoanálisis, sin siquiera mostrarse agradecidos por la hospitalidad recibida?
Si quien desempeñara para ustedes el oficio de cocinero se divirtiera en dejar que un simple pinche se adueñara de la marmita por la que tanto y tan justificado cariño profesan, pues de ella obtienen la subsistencia, no es seguro –y confieso que yo mismo lo dudaría en tales circunstancias- que estuvieran dispuestos a tomar una sopa así preparada. Sin embargo, están ustedes aquí … Permítanme  maravillarme por un instante de esta presencia, así como del privilegio de tener por un momento el placer de dirigirme al órgano más preciado de cuantos disponen: el oído.

Es su presencia aquí y ahora lo que debo esforzarme en justificar, mediante razones por lo menos atendibles.
No haré esperar tal justificación. Ella se apoya en algo que no debería sorprender después de los desarrollos que han ocupado predominantemente a este seminario desde el comienzo del año escolar, lo que equivale a decir: la idea de que no se puede representar el campo freudiano como una superficie cerrada. La apertura del psicoanálisis no es consecuencia del liberalismo, de la fantasía ni de la ceguera de quien se ha instituido en guardián. Si no es uno arrojado al exterior del psicoanálisis, a pesar de no estar situado en su interior, es porque hay un punto, excluido de una topología restringida a dos dimensiones, en donde éstas se unen, y la periferia atraviesa los límites.

De que yo logre reconocer y ocupar este punto depende que ustedes escapen al dilema que presenté al comienzo, y que sean, con todo derecho, oyentes en ese punto, precisamente. Comprenden con esto, señoras, señores, hasta dónde están ustedes envueltos en la empresa que fomento, y en qué medida les interesa profundamente su éxito.

 

CONCEPTO DE LA LÓGICA DEL SIGNIFICANTE

Trataré de reconstituir, reuniendo aquí una enseñanza esparcida en la obra de Jacques Lacan, algo que debe designarse con el nombre de lógica del significante. Se trata, por un lado, de lógica general, puesto que su funcionamiento es formal con relación a todos los campos del saber, comprendido el del psicoanálisis, al que, especificándose, rige; por otro lado, lógica mínima porque en ella se formulan únicamente las piezas indispensables para asegurarle un desenvolvimiento que se reduzca al movimiento lineal, es decir, tal que se engendre uniformemente en cada punto de su recorrido necesario. El llamarse lógica “del significante” corrige la parcialidad de la concepción que limitaría su validez al campo en que, como categoría, se ha originado; en efecto, corregir su declinación lingüística prepara una importación que en otros discursos nos será imprescindible, una vez que hayamos dominado lo esencial de ella.

El principal beneficio de este proceso, que tiende al mínimo, debe ser la máxima economía en el gasto conceptual, pero ello ofrece el peligro de ocultar la importancia esencial de las conjunciones entre determinadas funciones, por lo cual no es posible descuidarlas sin extraviarse en los razonamientos puramente analíticos.
Cuando consideramos la relación entre esta lógica y la que llamaremos lógica lógica, vemos que es muy particular, pues la primera trata de la emergencia de la otra y debe darse a conocer como lógica del origen de la lógica, es decir, que no sigue las leyes de esta última, y que, al prescribir la jurisdicción de estas leyes, cae fuera de la misma.

A esta dimensión de lo arqueológico se accede muy rápidamente mediante un movimiento de retroacción, precisamente, a partir del campo lógico en donde es más radical su desconocimiento justamente porque allí se cumple lo más próximo de su reconocimiento.
El que este discurso repita aquel que Jacques Derrida nos ha mostrado como típico de la fenomenología (1) , sólo a los apresurados ocultará esta diferencia fundamental que consiste en que el desconocimiento tiene como punto de partida la producción misma de sentido. Digamos, pues, que no se constituye como un olvido, sino como una represión.

Elegimos el nombre de sutura para nombrarla. La sutura nombra la relación entre el sujeto y la cadena del discurso; ya veremos que aquél figura en ésta  como el elemento que falta, bajo la forma de un representante. Pues, al faltar, no está pura y simplemente ausente. En general, la relación entre lo que falta y la estructura de la que es elemento, en tanto implica la posición de un representante, es sutura por extensión.

Esta exposición pretende articular el concepto de sutura, que Jacques Lacan no enunció como tal, pero que está presente por doquier en su sistema.
Que quede bien claro que no estoy hablando en calidad de filósofo ni de aprendiz de filósofo, si por filósofo se entiende –según dice Heine en una expresión citada por Freud- aquel que “con el gorro de dormir y el salto de cama hecho jirones, tapa los agujeros del edificio universal”. Cuídense de creer que la función de suturación es propia del filósofo, pues lo que este especifica es la determinación del campo de su ejercicio como “edificio universal”. Es importante que estés ustedes convencidos de que el lógico, así como el lingüista, también suturan cada uno a su nivel. Y, junto con todo eso, es el que dice “yo”.

Para penetrar la sutura es necesario atravesar lo que un discurso explicita de sí mismo, es decir, distinguir entre la letra y el sentido. Esta exposición se ocupa de una letra muerta. Es menester darle vida. No hay que asombrarse si en esa vivificación de la letra, el sentido muere.
El hilo conductor del análisis es el discurso que mantiene Gottlieb Frege en sus “Grundlagen der Arithmetik” (2), que nosotros privilegiamos porque cuestiona los términos que la axiomática de Peano, suficiente para construir la teoría de los números naturales, acepta como primitivas; hablamos del término cero, el del número y el de sucesor (3). Este cuestionamiento de la teoría, que hay que liberar de la axiomática sobre la cual se apoya, su suturante, el libro.

 

EL CERO Y EL UNO

La cuestión, en su forma más general, se enuncia así:
¿Qué es lo que opera en la serie de los números enteros naturales, a lo que hay que referir la progresión de éstos?
La respuesta –le enuncio antes de llegar a ella- es:
En el proceso de constitución de la serie, en la génesis de la progresión, opera la función del sujeto, desconocido.
Por cierto que esta proposición parecerá una paradoja a quien no ignore que el discurso lógico de Frege se corta por la exclusión de lo que, en una teoría empirista se juzga esencial, es decir, hacer pasar la cosa a la unidad y la colección de unidades a la unidad del número, que es justamente la función del sujeto, en tanto fundamenta las operaciones de abstracción y de unificación.
Pero la unidad, que queda asegurada tanto para el individuo como para la colección, solamente perdura en la medida en que el número funcione como su nombre. Allí se origina la ideología que hace del sujeto el producto de su producto, ideología en la que el discurso lógico se conjuga con el psicológico y el político ocupa una posición primordial en tal encuentro, lo que vemos aparecer en Occam, ocultarse en Locke, antes de llegar al completo desconocimiento de la posteridad.

Supongamos, por lo tanto, un sujeto que se defina por atributos cuyo reverso sea político, y que disponga –a modo de poderes- de una facultad de memoria necesaria para completar la colección sin dejar que se pierda ninguno de los elementos intercambiables, y de una facultad de repetición que opera inductivamente; tendremos entonces, sin duda alguna, lo que Frege, al dirigirse de entrada contra la fundación empirista de la aritmética, excluye del campo donde habrá de aparecer el concepto de número.
Pero si el sujeto, en su función más esencial, no se reduce a lo psicológico, su exclusión del campo del número se identifica con la repetición. Es esto lo que tenemos que mostrar.

Ustedes saben que el discurso de Frege se desarrolla a partir del sistema fundamental constituido por tres conceptos del concepto, del objeto y del número, y de dos relaciones: la primera, del concepto al objeto, la subsunción; la segunda, del concepto al número, que será para nosotros la asignación. Un número es asignado a un concepto que subsume objetos.
Lo específicamente lógico reside en que cada concepto sólo se define y adquiere existencia mediante la relación que mantiene, como subsumidor, con lo subsumido. Del mismo modo, la existencia de un objeto sólo le viene de que éste cae bajo un concepto, sin que ninguna otra determinación concurra a su existencia lógica, pese a que el objeto tome su sentido de su diferencia con la cosa integrada a lo real por su localización espacio-temporal.
Vemos así que, para aparecer como objeto, es decir, como la cosa en tanto una, la cosa debe desaparecer.

Ven ustedes así como el concepto operante en el sistema –forma a partir de la única determinación de la subsunción- es un concepto duplicado: el concepto de la identidad de un concepto.
Esta duplicación, que la identidad induce al concepto, origina la dimensión lógica, puesto que, al efectuar la desaparición de la cosa, provoca la emergencia del numerable.
Por ejemplo: si reúno lo que cae bajo el concepto “el hijo de Agamenón y de Casandra, traigo a Pélope y a Telédamos para subsumir bajo aquel concepto. A esta colección sólo puedo asignarle un número si hago jugar el concepto “idéntico al concepto ‘hijo de Agamenón y de Casandra’”. Como consecuencia de la ficción de ese concepto, los hijos intervienen ahora en tanto cada uno, por así decir, se aplica a sí mismo; eso lo transforma en unidad, lo hace pasar al nivel de objeto como tal numerable. El uno de la unidad singular, el uno de lo idéntico de lo subsumido, ese uno es lo que tiene en común todos los números, esto es, al estar constituidos, ante todo como unidad.

Deducirán ustedes de este punto la definición de la asignación del número. Según la fórmula de Frege, “el número asignado al concepto F es la extensión del concepto ‘idéntico al concepto F’”
El sistema ternario de Frege tiene por efecto no dejar a la cosa otro apoyo que la identidad consigo misma, con lo que es objeto del concepto operante, y numerable.
Me siento con derecho a concluir del proceso que acabo de exponer, la proposición –cuya incidencia veremos en seguida- de que lo que podría llamarse unidad unificante del concepto en tanto le asigna el número, se subordina a la unidad como distintiva en tanto sirve de fundamento al número.

En cuanto a la posición de la unidad distintiva, hay que ubicar su fundamento en la función de identidad que, al conferir a todas las cosas del mundo la propiedad de ser una, cumple su transformación en objeto del concepto (lógica).
En este punto de la construcción, podrán ustedes apreciar el peso de la definición de la identidad que les voy a presentar.
Esta definición, que ha de otorgar su verdadero sentido al concepto de número, no debe tomar nada de él (4), a fin de engendrar la numeración.

Frege toma de Leibniz esta definición, eje del sistema. Su enunciado es el siguiente: eadem sunt quorum unum potest substituit alteri salva veritate. Idénticas las cosas que pueden reemplazarse una por otra salva veritate, sin que se pierda la verdad.
Midamos la enorme importancia de lo que se cumple en este enunciado: la emergencia de la función de la verdad. Sin embargo, lo que da por adquirido es más importante que lo que expresa, es decir, la identidad consigo mismo. ¿Qué sería de la verdad si una cosa no pudiera reemplazarse a sí misma? Estaríamos ante la subversión de la verdad.
Si seguimos el enunciado de Leibniz, al fracaso de la verdad –cuya posibilidad está abierta por un instante- a la pérdida de la verdad en la sustitución de una cosa por otra, le seguiría inmediatamente su restablecimiento en una nueva relación. La verdad se vuelve a encontrar en que la cosa sustituida, por ser idéntica a sí misma, puede convertirse en objeto de un juicio y entrar en el orden del discurso; idéntica a sí misma, la verdad es articulable.
Pero apenas una cosa no es idéntica a sí misma, subvierte el campo de la verdad, lo corrompe y lo aniquila.

Comprenden ustedes por qué la salvaguarda –de la libertad se interesa por ese idéntico a sí mismo que connota el pasaje de la cosa al objeto. La identidad consigo mismo es esencial para que la verdad quede a salvo.

La verdad es. Toda cosa es idéntica a sí misma.

Pongamos ahora en funcionamiento el sistema de Frege, es decir, recorramos se itinerario, dividido en tres etapas, que él nos indica. Sea una cosa X del mundo. Sea el concepto, empírico, de tal X. El concepto que toma lugar en el esquema no es el concepto empírico, sino el que lo duplica, siendo “idéntico al concepto X”. El objeto que cae bajo ese concepto es el mismo X, como unidad. El número que habrá de asignar al concepto de X –y éste es el tercer término del recorrido- será el número 1. Esto quiere decir que la función del número 1 es repetitiva para todas las cosas del mundo. Así, el número 1 sólo es la unidad que constituye el número como tal, y no el 1 en su identidad personal de número, en su lugar particular, con su nombre propio, en la serie de los números. Su construcción, por lo demás, exige que, para transformarla, convoquemos una cosa del mundo, lo cual, dice Frege, es imposible, pues la lógica sólo debe apoyarse en sí misma.

Para que el número pase de la repetición del 1 de lo idéntico a su sucesión ordenada, para que la dimensión lógica gane decididamente su autonomía, es menester que aparezca, sin ninguna relación con lo real, el cero.
Se obtiene la aparición del cero porque la verdad es. Cero es el número que se asigna al concepto “no idéntico a sí mismo”. En efecto, sea el concepto “no idéntico a sí mismo”. Este concepto, por ser concepto, tiene una extensión, subsume un objeto. ¿Cuál? Ninguno. Puesto que la verdad es, ningún objeto ocupa el lugar de lo subsumido en este concepto, y el número que califica su extensión es cero.
Esta generación del cero, como ya lo he puesto de manifiesto, se apoya en la proposición de que la verdad es. Si no hay objeto que caiga bajo el concepto de la no identidad consigo mismo, hay que salvar la verdad. Si no hay cosas que no sean idénticas a sí mismas, la no identidad consigo mismo es contradictoria con la dimensión misma de la verdad. Al concepto de la no identidad consigo mismo le asignamos el cero.

El enunciado decisivo de que el concepto de la no identidad consigo mismo es designada por el número cero, es el que sutura el discurso lógico.
Pues –y aquí trasciendo el texto de Frege- en la construcción autónoma de lo lógico por sí mismo ha sido necesario, a fin de excluir toda referencia a lo real, evocar, en el nivel del concepto, un objeto no idéntico a sí mismo, que inmediatamente queda rechazado de la  dimensión de la verdad.
El 0 que se inscribe en el lugar del número consume la exclusión de tal objeto. En cuanto a ese lugar, originado por la subsunción, en donde el objeto falta, no podría haber nada escrito, y si es necesario trazar un 0 sólo es para que figure allí un blanco, para hacer visible la falta.
Del cero falta (ausencia) al cero número se conceptualiza lo no conceptualizable.
Dejemos ahora el cero falta que ya he revelado para considerar tan sólo lo que ha producido la alternación de su evocación y de su revocación, el cero número.
El cero, entendido como un número que asigna al concepto subsumidor la falta de objeto, es como tal una cosa, la primera cosa no real en el pensamiento.

Si construimos el concepto del número cero, este subsume, como su único objeto, al número cero. El número que le asigna es, pues 1.
El sistema de Frege juega con el movimiento en círculo, en cada uno de los lugares que fija, de un elemento: del número cero a su concepto, de este concepto a su objeto y a su número. Movimiento en círculo que produce el 1.(5)
El sistema está constituido de tal manera, pues, que el 0 se cuenta como 1. La computación del 0 como 1 (a pesar de que el concepto de cero sólo subsume en lo real un blanco) es la base general de la serie de los números.
Es esto lo que demuestra el análisis de Frege acerca de la operación del sucesor, que consiste en obtener el número que sigue a n agregándole una unidad: n’, sucesor de n, es igual a n+1, o sea … n … (n+1)= n’… Frege inaugura el n+1 para descubrir lo que hay en ello de pasaje de n a su sucesor.
Captarán ustedes en seguida la paradoja de esta generación, apenas produzca yo la fórmula más general del sucesor a que llega Frege: “el número asignado al concepto ‘miembro de la serie de los números naturales que termina en n’ sigue inmediatamente a n en la serie de números naturales”.
Tomemos un número: el tres. Con él constituimos el concepto “miembro de la serie de números naturales que termina en tres”. Encontramos que el número asignado a este concepto es cuatro. Allí aparece ya el 1 del n+1. Pero ¿de dónde viene?
Asignado a su concepto duplicado, el número 3 funciona como el nombre unificante de una colección; es decir, como reserva. En el concepto “miembro de la serie de los números naturales que termina en 3”, es término (elemento, y elemento final).
En el orden de lo real, el 3 subsume 3 objetos. En el orden del número, que es el del discurso forzado por la verdad, lo que importa son los números. Antes del 3 hay 3 números; en consecuencia, es el cuarto.

En el orden del número, está también el cero, y el cero cuenta como 1. El desplazamiento de un número de la función de reserva a la de término, implica la suma del 0. De allí el sucesor. Lo que en la realidad es pura y simple ausencia queda anotado, por obra del número (por la instancia de la verdad) como 0 y se cuenta como 1.
Por eso decimos nosotros que el objeto no idéntico a sí mismo es provocado –rechazado por la verdad, e instituido- anulado por el discurso (la subsunción como tal). En una palabra: suturado.

La emergencia de la falta como 0, y del 0 como 1, determina la aparición del sucesor. Sea n; la falta se fija como 0, que se fija a su vez como 1: n+1; lo que se agrega para dar n’, que absorbe el uno.
Seguramente, si el 1 de n+1 no es otra cosa que el cómputo del cero, la función de adición del signo + es redundante, y es necesario restituir la verticalidad a la representación horizontal de la generación: el 1 debe tomarse como símbolo originario de la emergencia de lo ausente en el campo de la verdad, y el signo indica la liberación, la transgresión por la cual el 0 falta queda representado por 1, y produce, mediante esta diferencia de n a n’ que ustedes han recorrido como un efecto del sentido, el nombre de un número.

La representación lógica derrumba este ordenamiento en tres niveles. La operación que yo he efectuado lo despliega. Si ustedes consideran la oposición de esos dos ejes, comprenderán qué hay en ello de suturación lógica. Y de la diferencia entre la lógica que les presento y la lógica lógica.

El cero es un número: ésta es la proposición que asegura a la dimensión de la lógica su carácter cerrado.
Para nosotros, hemos reconocido en el cero número el representante suturante de lo ausente (lo faltante).
Hay que recordar aquí la vacilación, que en Bertrand Russell fuera perpetua, respecto de la localización del cero (¿interior o exterior a la serie de los números?).
La repetición generadora de la serie de los números se apoya en que el cero faltante pasa –según un eje que en un comienzo es vertical- por encima de la barrera que limita el campo de la verdad para representarse como uno, y luego aniquilarse como sentido en cada uno de los nombres de los números que se toman en la cadena metonímica de la progresión sucesorial.
Del mismo modo que deben ustedes tener cuidado de distinguir el cero como ausencia del objeto contradictorio y el cero que sutura esa ausencia en la serie de los números, deberán distinguir el 1, nombre propio de un número, y el 1 que viene a fijar en un trazo el cero de lo idéntico consigo mismo suturado por la identidad consigo mismo, ley del discurso del campo de la verdad. La paradoja central que tienen ustedes que comprender (la del significante en sentido lacaniano, como verán en seguida), es que el trazo de lo idéntico representa lo no idéntico, de donde se deduce la imposibilidad de su duplicación (6), y de ahí la estructura de la repetición, como proceso de la diferenciación de lo idéntico.

Ahora bien, si la serie de los números, metonimia del cero, comienza por su metáfora, si el 0 miembro de la serie como número sólo es el representante suturante de la ausencia (del cero absoluto) que se vehiculiza bajo la cadena según el movimiento alternativo de una representación y de una exclusión, ¿cuál es el obstáculo al reconocimiento de la articulación más elemental de la relación restituida entre el cero y la serie de los números, que es la relación que mantiene el sujeto con la cadena significante?
El objeto imposible, que el discurso de la lógica convoca como lo no idéntico a sí mismo y rechaza como lo negativo puro, que convoca y rechaza para constituirse como lo que es, que convoca y rechaza sin querer saber nada, le llamamos, en la medida en que funciona como el exceso operante en la serie de los números, sujeto.
La exclusión del sujeto respecto del discurso al que, sin embargo, convoca íntimamente, es la sutura.
Si determinamos ahora el trazo como lo significante, si fijamos al número la posición del significado, es menester considerar la relación de lo ausente y el trazo como lógica del significante.

 

RELACION ENTRE EL SUJETO Y EL SIGNIFICANTE

En efecto, la relación citada, en el álgebra lacaniana, entre el sujeto y el Otro (como lugar de la verdad) se identifica con la relación que mantiene el cero con la identidad de lo único como soporte de la verdad. Esta relación, en tanto opera como matriz, no puede integrarse en una definición de la objetividad. Esto es lo que sostiene el doctor Lacan. La generación del cero, a partir de esta no identidad consigo mismo, bajo cuyo dominio no cae ninguna cosa del mundo, constituye una buena ilustración.

Debe aislarse lo que constituye la relación como matriz de la cadena, en el seno de la implicación que da el carácter determinante de la exclusión del sujeto del campo del Otro, a su representación en este campo bajo la forma de lo uno de lo único, de la unidad distintiva, que Lacan llama “lo unario”. En su álgebra, esta exclusión queda marcada por la barra que pesa sobre la S del sujeto ante la gran O, y que la identidad del sujeto desplaza, según el cambio fundamental de la lógica del significante, sobre la O, desplazamiento cuyo efecto es la emergencia de la significación significada en el sujeto.
No alcanzada por el cambio de obstáculo, manteniéndose fuera del sujeto, en lo Otro, esta exterioridad instituye el inconsciente.
Pues, si está claro que la dicotomía lingüística del significado y el significante no pueden recubrir la tripartición que ordena: 1) el significado-en-el-sujeto, 2) la cadena significante cuya alteridad radical en relación al sujeto lo elimina de su campo y, por último 3) el campo exterior de este rechazo; si hay que ubicar la conciencia del sujeto en el nivel de los efectos de significación regidos, al punto que se les puede llamar sus reflejos, por la repetición del significante; si la repetición misma es producida por el desvanecimiento del sujeto y su pasaje como falta (ausencia), entonces el inconsciente es lo único que puede nombrar la progresión constitutiva de la cadena en el orden del pensamiento.

En el nivel de esta constitución, la definición del sujeto la reduce a la posibilidad de un significante más.
¿No es posible reducir en definitiva el poder de tematización que Dedekind asigna al sujeto, para dar a la teoría de los conjuntos su teorema de existencia, a esta función del exceso? La posibilidad de la existencia del infinito numerable se explica por el hecho de que “a partir del momento en que una proposición es verdadera, siempre puedo producir una segunda, a saber, que la primera es verdadera, y así al infinito (7)”.

Para que el recurso al sujeto como fundador de la iteración no se convierta en un recurso a la psicología, basta sustituir la tematización por la representación del sujeto (en tanto que significante), que excluye la conciencia porque no se efectúa para nadie, sino, en la cadena, en el campo de la verdad, para el significante que la precede.
Cuando Lacan pone de relieve la definición del signo como aquello que representa algo para alguien, la del significante como lo que representa al sujeto para otro significante, nos está adelantando que, en lo que respecta a la cadena significante, debe situarse la conciencia en el nivel de los efectos y no en el de la causa. La inserción del sujeto en la cadena es representación, necesariamente correlativa de una exclusión que es una desaparición.

Si tratamos ahora de desplegar en el tiempo la relación que engendra y sostiene la cadena significante, habrá que tener en cuenta que la sucesión temporal está bajo la dependencia de la linealidad de la cadena. El tiempo de la generación sólo puede ser circular, razón por la cual son verdaderas al mismo tiempo la proposición que enuncia la anterioridad del sujeto sobre el significante, y la del significante sobre el sujeto; pero sólo aparece como tal a partir de la introducción del significante. La retroacción es, en lo esencial, el nacimiento del tiempo lineal. Es necesario considerar en conjunto las definiciones que hacen del sujeto el efecto del significante, y del significante el representante del sujeto. Se trata de una relación circular, por lo tanto no recíproca.

Al atravesar el discurso lógico en el punto de menor resistencia, que es el de su sutura, ven ustedes articulada la estructura del sujeto como “pulsación en eclipse”, tal el movimiento que abre y cierra el número, libera la ausencia bajo la forma del 1 para abolirla en el sucesor.
En cuanto al +, ya han comprendido ustedes la función inédita que adopta en la lógica del significante (signo, ya no de la adición, sino de esa sumación del sujeto en el campo de lo Otro, que produce su anulación). Falta todavía desarticularlo para separar el trazo unario de la emergencia y la barra del rechazo: mediante esta división del sujeto se pone de manifiesto que se trata del otro nombre de su alienación.
Se deducirá que la cadena significante es estructura de la estructura.
Si la causalidad estructural (causalidad en la estructura en tanto el sujeto está en ella implicado) no es una expresión vacía, la misma encontrará su justificación a partir de la lógica mínima aquí desarrollada.
O, por lo menos, la construcción de su concepto.


 

NOTAS:

1. Cf. Husserl: L’origine de la géometrie, traducción e introducción de Jacques Derrida, PUF, 1962.
2. Texto y traducción inglesa publicada bajo el título de The foundations of arithmetik, por Basil Blackwell, 1953. Nota S.R.: Se trata de "Fundamentos de la aritmética" (investigación lógico matemática sobre el concepto de número), edición en castellano, Editorial Laia, Barcelona, España, 1972. Traducción: Ulises Moulines.
3. No incumbirá a nuestra lectura ninguna de las desviaciones que Frege impone a su propósito original. Aquélla se mantendrá más acá de la tematización de la diferencia del sentido a la referencia, así como de la definición del concepto que más tarde se introduce a partir de la predicación, de donde se deduce su no saturación.
4. Por esta razón hay que decir identidad, y no igualdad.
5. Me reservo el comentario del párrafo 76, que da la definición abstracta de la contigüidad.
6. Y, a otro nivel, la imposibilidad del metalenguaje.
7. Dedekind según cita de Cavaillès. (Philosophie mathematique, Hermann, 1962, p. 124)

(*) Reproducción de una exposición pronunciada el 24 de febrero de 1965 en el seminario del doctor J. Lacan.

***

Texto extraído de "Significante y sutura en psicoanálisis", varios autores, ed. Siglo XXI.
Selección y destacados: S.R.

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Prólogo a "Los fundamentos de la aritmética" - Jesús Mosterín >>>
Introducción a "Los fundamentos de la aritmética"- G. Frege >>>

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